La tormenta del 29

El viento arrecia y desde hace una horas el oleaje comienza a hacerse notar cada vez mas. Esta vez llega la tormenta el día 29. Los pescadores locales casi siempre cuentan con un temporal al mes y aunque están cansados se han acostumbrado a la mar revuelta y la ausencia de peces.

Por eso este mes cuando ya todos creían que no habría tormenta, cae este temporal de barro y agua sucia. Aparece de la nada para golpear con una violencia inusitada. Los del pueblo corren por las callecitas para buscar refugio, pero ya es tarde. Los techos comienzan a volar y muchos ya están pensando como hará para comenzar de cero.

Cynthia piensa que va hacer sola con su bebe si su marido no vuelve con su canoa de pesca. Todas las tardes a las seis trae la pesca del día y llega cansado al hogar con el que había soñado toda su vida. Allí lo esperan su mujer y su bebe de tan solo seis meses.
La tormenta lo tomo por sorpresa, porque como muchos otros pescadores, ya creía que este mes no habría tormenta. La ira del mar lo forzó a soltar sus redes, una perdida más. Esa noche no habría comida pensó. Tal vez un enlatado.
Cuando las olas comenzaban a inundar la canoa dejo de preocuparle la comida de la noche y comenzó a pensar en Cynthia y su bebe, Tobías.  Pensó en como serían sus vidas si esa canoa se hundía y no podía regresar a tierra.
Para las estadísticas sería un ahogado más, pero para su familia un hueco que se haría sentir por siempre. Luego pensó que ella, tal vez con el correr del tiempo, podría conseguir otro marido y si no pasara mucho tiempo su hijo podría llegar a llamar Papá a otro distinto a él. Esta idea no le provocaba ira, sino mas bien incertidumbre.  ¿Existía ese suplente de uno mismo en alguna parte ? ¿Como seriaa ? ¿Como trataría a su esposa y a su hijo?
Pensó en las miles de peleas que su matrimonio había atravesado. No podía recordarlas todas, tan solo la última. Siempre se recuerda la última pelea. Y la primera vez que se hace el amor. También se recuerda al hijo naciendo, la primer comida y la vez que se prendió a la teta.
Al mismo tiempo cuanto más olas cargaban su canoa, mas ímpetu le ponía al balde para desagotarla. Sabía que había pasado tormentas feas y esta no iba a vencerlo.
El cielo estaba negro y cualquier pescador sin experiencia se habría asustado de ver ese color en las nubes siendo las dos de la tarde. En eso una ola le dio vuelta  la canoa. Todos sus elementos de pesca se fueron al fondo, pero no le importo porque él aun estaba a flote.
Volvió a pensar en la incertidumbre que le provocaba la idea de un padre sustituto para su hijo. Quería pensar en un hombre excelente, alguien que fuera mejor que él. Que no bebiera tanto, que supiera contener la ira y que no descargara las frustraciones de adulto en su pareja.  Sin embargo no lograba encontrar a ese fantasma sustituto. Lo buscaba, quería imaginarlo para poder ahogarse tranquilo, pero la imagen del sustituto no lo tranquilizaba. Imaginaba a un monstruo sin cabeza. Se imaginaba a si mismo volviendo de la muerte para asustar al sustituto, para vigilarlo y obligarlo a no cometer los errores que el había cometido.
Entonces, allí en medio del océano, logró darse cuenta de que el mejor sustituto era él mismo. Soltó la canoa semi-hundida y comenzó a nadar. La tormenta no se lo hacia fácil pero el estaba decidido a llegar a la costa.
No sabía cuanto tardaría pero brazada tras brazada su cuerpo iba arrimándose lentamente a la costa. La única idea que lo mantenía vivo era que tenia que hacer llegar al sustituto para que pudiera llevar el calor y la comida y las sonrisas a su esposa e hijo.
Estaba anocheciendo y pensó que si caía la noche no iba a poder llegar. Entonces mientras el sol se escapaba del horizonte entre las olas, las brazadas redoblaron su fuerza y en breve sintió el suelo de la costa tocar sus pies.
Llego empapado, lleno de sal y arena. Eran las nueve y cuarto. El sustituto perfecto había llegado. Su hijo iba a tener padre y su mujer un esposo.

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El Tío José

Al tío José lo sepultamos ayer. Fue en el mismo lugar donde está mi abuela y toda la gente que forma parte de mi pasado, personajes que se fueron incluso antes de que yo naciera, pero que están ahí, reagrupándose en una especie de club en el más allá.

A pesar de que el invierno está marcado en el calendario, en el pueblo de mi familia siempre cae el sol como una espesa nata de calor que cubre todo y quema los árboles, los pastizales e incluso la tierra de este panteón en donde no hay fieles difuntos. De hecho la mayoría fueron infieles y el primero de ellos el tío José, guapo mozo de la revolución que dejó amores e hijos por cada rincón que pisaron sus pasos.

Desde niño todos decían que José era único, pero no por sus cualidades, sino por esas coincidencias que ocurren en la vida del campo. Fue el mayor de siete hijos y el único varón. Sus hermanas y él fueron hijos únicos por parte de padre, porque a todos ellos los mataron los soldados del ejército federal, pero José fue el único que no conoció al suyo.

Una noche la revolución llegó al pueblo, el intercambio de balas se prolongó hasta el amanecer y en medio de la trifulca, alguien entró a casa de los “papás viejos” y se robó a la abuela Mirta. Al día siguiente la buscaron por todas partes hasta que apareció cerca de las milpas, con la cara hinchada y el vestido ensangrentado. Meses después nació mi tío y le pusieron José porque fue el único nombre que se le ocurrió al párroco recién llegado de la ciudad y que todavía arrastraba la resaca de las fiestas patronales.

Fue un niño inquieto, pero muy querido por toda la familia, incluso por el padre de la abuela Mirta, que si bien no le volvió a hablar a su hija, sí volcó todo su amor en José, a quien sarcásticamente le decía “mijo, usted es el único y auténtico hijito de la chingada de este pueblo, no lo olvide nunca”.

Efectivamente, el tío José jamás lo olvidó y procuró dejar constancia de ello por toda la región, donde sus historias de amante insaciable y Don Juan incorregible, lo convirtieron en la leyenda de época, en el prototipo de hombre trabajador que se destrozó las manos en el campo, pero que mantuvo intactos sus enormes ojos color aceituna y la sonrisa de llave maestra, pues jamás encontró una alcoba que se le resistiera.

Al tío José lo sepultamos ayer, pero todavía me parece escuchar el andar de su caballo antes de pararse frente a la casa de la abuela Mirta para darle un beso a su madre y tomar mezcal. Todos los días cumplía con el mismo ritual cuando se dirigía a supervisar las diferentes siembras a las afueras del pueblo. No es que tuviera muchas tierras, sino que su eficacia como capataz lo llevó a ser el administrador favorito del pueblo.

Delgado, alto, de semblante amable, lo recuerdo siempre con una sonrisa y bailando esas antiguas danzas que nacen con los suaves golpeteos de los pies contra el piso, mientras brazos y hombros suben, bajan, hacen círculos, marcan el aire y le dan forma a la alegría del cuerpo, al calor de la sangre.
Sus pies cortados por la tierra, las piedras y las espinas de los magueyes, jamás sintieron la suavidad de un zapato. El tío José siempre usó las chancletas con correas de piel y suela de grueso caucho. Una vez cuando me descubrió mirándole con cierto asco sus maltratadas extremidades, se clavó con sus ojos en mí sin decir nada y después explotó en una carcajada que dejó al descubierto los únicos dos dientes que le quedaban en la encía superior.

“Mire mijo, ande, no les tenga miedo. Ahí como las ve todas jodidas, esas patas están muy fuertes todavía y le apuesto que soportan mucho más que las de cualquier mocoso de hoy en día, esos que se han olvidado de montar a caballo y que solo viajan en autobús”. Después siguió riendo, me cargó con sus macizos brazos, montamos en su caballo y por primera vez pude ver los pasos de la bestia, sentir los golpes de las herraduras sobre las piedras de la calle.
Anduvimos largo rato por un camino que se extendía hasta el pie de una colina. Ahí dimos media vuelta y señaló la enorme alfombra natural formada por girasoles. “Ahí se quedaron mis pies mijo. Estas patas de largas uñas se gastaron en cada surco de esas tierras. De ahí comieron su abuela, sus tías, su madre, sus primos y usted también. Ojalá usted algún día me pueda enseñar qué dejó en el camino para sostener a su gente”.  Esa fue nuestra última conversación y así es como lo recuerdo. Después pasaron 20 años hasta que me llamaron para darle el último adiós.

Al tío José lo sepultamos ayer, a ese hombre de piel agrietada, de escasos pero largos y delgados cabellos blancos. Fue hasta entonces que entendí por qué realmente fue un hombre único, pues más allá de las bromas que le pudo haber hecho su abuelo, fue el único del pueblo al que todos respetaron por su trabajo.

También fue el único al que todos persiguieron en algún momento para lavar la honra de madres, tías, hermanas, hijas o esposas. Todos lo acusaron, pero jamás le pudieron comprobar nada, porque fue el único amante al que las mujeres cuidaron con su silencio y al que cobijaron con sus recuerdos el día de su funeral. Ese día todas lo acompañaron, por lo menos las que aún seguían con vida hasta ese entonces.

“El pueblo no volverá a ser el mismo”, dijo uno de los presentes en el cementerio. En principio creí que se trataba de una de esas frases cursis que se sueltan para confortar a los deudos, pero no, en el caso del tío José había algo más que le daba peso a esas palabras. Se trataba de una historia contada en dos partes, una de voz en voz entre la gente del lugar, que dibujaba el rostro de una persona sin compromisos oscuros y con el título de propiedad de todas sus cosas marcado en cada llaga de sus manos.

La otra era una historia batida por la tinta y el veneno de las voces que no sabían nada, que no lo conocieron y que construyeron un mito con relatos apócrifos.  De quien hablaron en la televisión nadie sabía nada en el pueblo. ¿José un narcotraficante? La pregunta se regó de casa en casa, se impregnó en cada mazorca del valle, pero en ninguna parte encontró nido, porque esas “cosas del diablo” nunca llegaron al pueblo o por lo menos nadie las vio.

Ahora que solo hay restos de un cuerpo desgastado en una caja de aluminio oxidado, se libra un duelo entre las dos caras de mi tío. A una de ellas casi no la conozco, porque nunca lo vi trabajar. Solamente lo recuerdo al bajarse de su caballo para entrar en la casa de la abuela Mirta y detener el tiempo con su carcajada en respuesta a los reclamos  de la anciana que jamás lo vio llegar a tiempo para la comida. “Madre, entiende que no es por tu comida, es mi trabajo. La tierra es una amante noble, pero celosa, y el mínimo descuido lo cobra caro. Si no es de trabajo, siempre voy a llegar tarde a todas partes, incluso a mi entierro, te lo prometo”, dijo antes de volver a carcajearse con los únicos dos dientes de la encía superior.

Al tío José lo sepultamos ayer y en efecto llegó tarde. Hacía por lo menos 30 años que había muerto la abuela Mirta, pero su hijo se encargó de cumplir esa promesa de no estar a tiempo en su última despedida del mundo y sus acompañantes.

Tres meses antes José desapareció. Aquel día solo encontraron  su caballo trotando de regreso al pueblo con la montura reventada y el hocico herido por el freno tirado al máximo por alguien que no quiso parar, sino que fue arrancado de su silla. Sus amigos, los patrones y hasta la policía del pueblo lo buscaron por todas partes. Literalmente removieron todas las hectáreas que José sembró, pero nada, si la tierra se lo tragó, lo hizo de un solo bocado, porque no dejó rastro alguno.

Al día siguiente de su partida o desaparición, en el pueblo comenzaron a aparecer rostros extraños y mal encarados con espejuelos oscuros, todos con corte de pelo estilo militar. Nadie quería hablar con ellos y quienes cruzaban alguna palabra o mirada con los desconocidos, desaparecían sistemáticamente. De los jóvenes se entendía, porque a todos les ofrecían enormes cantidades de dinero para enrolarse en las filas de asesinos a sueldo en otras ciudades.
¿Le pasó lo mismo al tío José? Nadie lo cree, porque en sus buenos tiempos podría haber acabado con sus propias manos a dos o tres tipos, pero ahora, cuando estaba cerca de los 90 años, era una locura imaginarlo siquiera como miembro de un ejército de pastores.

Mientras el cruce de suposiciones se mantenía como el deporte favorito en la región, una mañana apareció el tío José. Estaba envuelto en una manta hecha con hilos de maguey y con las manos atadas a la espalda. Su cuerpo se encontraba empanizado con cal para evitar los malos olores. Cuando vi las imágenes sólo alcancé a reconocer su mechón de largos y delgados cabellos blancos.

Al tío José lo sepultamos ayer y aunque en las noticias dijeron que se trató de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, en el pueblo nadie lo creyó. Junto a él encontraron 200 cuerpos más, la mayoría de mujeres y niños, todos con el mismo tratamiento de brazos sujetados por la espalda y con evidentes huellas de tortura antes de recibir el tiro de gracia.

El luto se percibió por todo el valle, en cada puño de tierra que comenzó a florecer y, sobre todo, en el llanto de las ancianas que suelen pasar las tardes en la plaza de la iglesia, envueltas en sus rebozos y comentando cómo desde que mataron a José los girasoles no volvieron a tejer sus alfombras en los campos del pueblo.

Ahora solo hay sembradíos de amapolas que cuidan los extraños mal encarados, esos que ya no montan a caballo y que recorren en camionetas de vidrios polarizados las calles empedradas donde las carcajadas desaparecieron para siempre. Al tío José lo sepultamos ayer. 
                                                                                                 Iván Carrillo, Miami, 2011.

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Martirio

Desde el comienzo estábamos condenados. Eramos pocos y no sabíamos lo que estábamos haciendo. Creíamos que de algún modo era una forma de La Rebelión, pero sin darnos cuenta estábamos contribuyendo a perpetuar el sistema. Ilusos individuos buscando pares.

Este mundo ya nunca será lo que fue. Aun con todas sus imperfecciones, calamidades, abusos y maltratos el siglo XX parecía el paraíso. Nuestro grupo, de algún modo, estaba conectado por este sentimiento. Una especie de romanticismo New Age que , como todo en esta era, comenzó en linea.

Comenzamos llamando a nuestro grupo «Alpha Rebels» pero pronto lo cambiamos por sugerencia de un nuevo adherente a «Martirio». El Martirio lo representaba todo : esta vida en linea sin sentido, las relaciones vacías que todos manteníamos, los absurdos trabajos que nos daban lo justo para comer comidas asquerosas, los gobiernos electos también en linea a través de las paginas oficiales del país en Facebook.

Por ejemplo, mi trabajo durante las ultimas 3 semanas había sido actualizar todos los tags de las paginas , sub-paginas y paginas ocultas en el servidor de  «La Empresa». Nuestro equipo tenia a cargo la renovación de tags y palabras claves para que los buscadores siempre nos dejaran primeros en la pagina de resultados. El hecho de que » La Empresa» estuviera valuada por los jornales de economía en linea en mas de 3900 billones parecía tan absurdo como el trabajo que realizábamos.

En Martirio sabíamos que el ataque ( si algún día lográbamos perpetuarlo ) debería ser a nivel de servidor. Apagar todo. Lograr que la población entera pudiera darse cuenta de que podían vivir sin su cuenta de Facebook, sin su celular para actualizar su status o leer sobre otras actualizaciones. El sentir que podíamos llegar a vivir al menos unas horas sin la conexión permanente que significa la vida en linea era casi tan inimaginable como el volver de algún modo fortuito al estado de naturaleza.

Desde ayer el clima de mi equipo se nota un poco raro . Tal vez alguno escucho por algún rumor( en algún foro interno de «La Empresa » ) que yo estaba adhiriendo al manifiesto de «Martirio». Un par de  compañeros me lo preguntaron sin vergüenza. Negué dos y hasta tres veces como Simon Pedro. Todo , pensé entonces, era por el bien del grupo. Por la causa evanescente de un servidor que cae, al menos por un tiempo para quitarnos del sopor en que vivimos desde hace décadas.

Tengo aun que inventar una buena excusa para poder, dentro de unos pocos minutos llegar hasta el corredor central, descender en el elevador que lleva al nivel ejecutivo en el quinto subsuelo, superar la seguridad y burlar al guardia robot con reconocimiento de voz para que me de acceso al deposito controlado de servidores de «La Empresa». La red social que opera en linea a través del sitio que es propiedad de «La Empresa»  es casi tan compleja como el laberinto subterráneo que lleva hasta los servidores que hacen que esa red social simule ser una red real.

En un principio los objetivos simulaban ser nobles. Que tiene de malo reconectar viejos amigos.. nada ! Después llegaron los estudios de opinión, los juegos en linea, las encuestas, las compras en el sitio, las simulaciones, las relaciones amorosas virtuales, las elecciones nacionales y también las del parlamento internacional. La unión de ciertos países  y la división de otros fue decidida a través del sitio. Hace quince anos que no estoy en exteriores pero supongo que la mayoría de las personas también piensa en el ambiente exterior como otra ilusión similar a la idea de poder vivir sin nuestra nueva existencia en linea.

Entonces llega la idea. Hace 6 días salude al Coordinador de Paginas Externas y Aplicaciones. en el elevador que lleva al nivel ejecutivo mientras me dirigía con mi reporte diario hacia mi superior, el Dr. Nyuen. Recordé que el coordinador me menciono estar muy excitado con una nueva aplicación que estaba desarrollando que permitiría percibir el estado anímico de las personas. Esta podría ser usada por psicólogos en linea, doctores en linea, policías, novios, cónyuges… en fin , miles de aplicaciones me dijo. Me encamine hacia el elevador ante la mirada absorta de varios de mis pares.

Entre en el mismo y la voz computarizada me pidió mi código de acceso. Se lo di y cuando pregunte a quien iba a ver al nivel corporativo le dije que tenia una reunión con el Coordinador de Paginas Externas y Aplicaciones. El elevador comenzó su descenso. Sentí que mi pesimismo, por primera vez en décadas comenzaba a decrecer súbitamente. No llegaba a un estado de euforia o siquiera de emoción. Simplemente que no veía que todo podía salir mal . Pudo haber salido bien también.

No sabia bien cual era su oficina pero caminaba por los pasillos del nivel corporativo como si lo supiera. No salude a nadie. Camine como unos 5 minutos – de repente me di cuenta que estaba frente al elevador nuevamente. La voz computarizada volvió a preguntarme a quien venia a ver y abrió su plateada puerta. Conteste que no había encontrado al Coordinador de Paginas Externas y Aplicaciones. La voz respondió:  «Cubiculo C521». Estaba solo a veinte pasos. Al llegar al cubiculo observe un ridículo salvapantalla con un Santa Claus robotizado. Todo un simbolo de nuestra era. El cubiculo estaba vacío. Fue al bano pense. A la izquierda del teclado , junto a una lata de FaceCola vi la brillante tarjeta anaranjada que da acceso al deposito controlado de servidores. La tome sin dudarlo. Retome el laberinto de pasillos del nivel corporativo hasta llegar a la puerta de vidrio. La famosa puerta de vidrio detrás de la cual existían las vidas en linea de todos los habitantes del planeta.
Sabia que los servidores no podían apagarse. Estaban conectados por el suelo al network de fibra optica que llevaba y traia datos de todas partes del mundo.

Mi plan era el siguiente : llegar a una terminal . Implantar el virus que habíamos programado en largas sesiones junto a los demás integrantes de «Martirio» y retirarme.

Estaba por alzar la tarjeta hacia el sensor cuando me tocan el hombro. Era el Coordinador. Fue curioso pero me dio un abrazo . Como si fuera un viejo amigo con el me reconectaba a través de un laberinto mas intrincado que la programación de nuestra red. Insisitio que lo siguiera hasta su cubiculo para que me demostrara la nueva aplicación de la que me había hablado. No tuve mas remedio que seguirlo. Al llegar a su cubiculo tecleo su clave para dar fin al ridículo Santa Robot. Entonces disparo la aplicación y acto seguido apunto su cámara a mi rostro. Estaba francamente excitado y yo no. Dio vuelta su cabeza lentamente hasta mirarme desde su asiento con una cara que no supe descifrar pero que mostraba algo de miedo y algo de fascinación. Me pregunto que me pasaba. Le dije que nada. Su software me había clasificado como elemento peligroso, algo que solo le salía a los enfermos mentales y a los programadores que no se desconectaban al menos una vez al día. Argumente que había tenido una pelea con mi novia de Taiwán. Se había enterado de mi affaire virtual con una estudiante jamaiquina. Me contesto que en esta era de las redes sociales no se pueden hacer esas cosas. Le di la razón sin que supiera que en verdad no tenia ninguna novia ( aunque mi perfil si mostraba a una supuesta novia de Taiwán  y dos amigas virtuales de Jamaica ) . Solo me comento que estaban pensando en instalar su software en todas las cámaras  de las computadoras de » La empresa» y ademas estaban negociando para instalarlo en todas las computadoras y teléfonos que fabricaba la empresa. Solo me dijo que era peligroso sino cambiaba mi estado de animo. Podía llegar a perder mi empleo inclusive. Luego volvió a girar la cabeza hacia su monitor y se despidió sin mas diciendo que debía seguir trabajando en la aplicación . Su tono ( y tal vez su programa estaría de acuerdo con mi juicio ) me confirmo que se había desilusionado de descubrir en mi un elemento peligroso. Un virus para el sistema.

Ahora voy subiendo en el mismo ascensor que me llevo a este nuevo desencanto. En camino a mi nivel de trabajo, donde todo seguirá siendo gris. Allí arriba se que  todos van a mirarme como diciendo, a que fuiste para abajo si aun no son las siete AM.

Pondre cara de emoticón y me sentare a planear el proximo ataque.

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Desaparecido

24 años después de casarse supo que no la amaba. Todo lo compartido habia sido sólo la forma más simple de pasar la vida juntos; la menos complicada. Ahora ya no le quedaba nada, sólo quería descansar.

Esa misma mañana, tras desayunar junto a su mujer como cada día, se encerró en su despacho y se sentó en su escritorio. Abrió el primer cajón, sacó su revolver, se lo introdujo en la boca. Su dedo índice acarició el gatillo. Tres palabras se le cruzaron por la cabeza: adiós-mundo-cruel. No pudo contener una sonrisa. Clavó su mirada en un libro de la estanteria: Fauna Marina del Océano Índico. Su dedo seguia en el gatillo, pero su mente se habia perdido en un pequeño velero flotando cerca de las islas Rodríguez. Durante 10 minutos se imaginó una vida tumbado al sol, pescando su comida y leyendo sus libros favoritos. Solo.

Devolvió el revolver al cajón, agarró el pasaporte y salió por la puerta. No llamó a sus hijos, no le dijo nada a su mujer, no dejó una carta de despedida.

Desapareció.

-El Puñal

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Asesino

La noche fue dura. Ahora, Viktor, casi no lo quiere recordar, pero anoche se convirtió en asesino. Tres disparos, tres balas, heridas en el pecho y el estomago, un cadáver. Ahora, el sonido metálico de la munición corriendo por la pistola, la explosión al llegar a la boca del cañón, el silbido al cortar el viento a toda velocidad, el resquebrajamiento de millones de células al impacto con el cuerpo de su víctima y, finalmente, el frenazo seco al llegar a su punto fatídico, a un órgano vital, se repiten una y mil veces en su cerebro.

Mil sonidos, todos ensordecedores, pero el que más le perturba es el último: el ruido del silencio que causa una bala al destrozar un corazón.

 

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Their still in your eyes

Uno de los estribillos más chulos que he escuchado en un buen tiempo.

their still in your eyes
and now that your gone to some place else
I can’t save you
because the brightest lights are closing in on us.

It’s not your fault
You didn’t see it coming
90 miles an hour
gone so fast and now you’re left with nothing
at all.

It’s not your fault
I give up every part of you
that they could spare
Mixed between the petrol
and the one lie
and it’s code

their still in your eyes
and now that your gone to some place else
I can’t save you
because the brightest lights are closing in on us.

but their still your eyes
and now that your gone to some place else
I can’t save you
so I’m giving every part of you away.

It’s not your fault
something
you made up to your bedroom every night
leaves us chasing memories and trying to understand
We can’t wait

But their still eyes
And now that your gone to some place
I can’t save you
because the brightest lights are closing in on us.

but their still your eyes
and now that your gone to some place else
I can’t save you
so I’m giving every part of you away.

*Oh my God*
What the hell just happened here?
*Oh my God*
What the hell just happened?

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Localidades improbables

~ Dedicado a mi amigo , el negro N.

«Una linea es una sucesión infinita de puntos «, pensó Augusto. Esa vía frente a el, era una sucesión infinita de localidades improbables, de las cuales Pipinas era tan solo una. Desde 1977 que el tren había dejado de pasar por la estación y el pueblo se había ido transformando paulatinamente en una caricatura vernácula de las películas del lejano oeste. Pero en Pipinas no había cowboys, ni cardos rodando por la calle principal; solo quedaba gente, la poca que había decidido no irse desde el cierre de la estación. Tantas veces había escuchado a su abuela comentando el mar de gente que venia por el pueblo el día que llegaba el tren a Pipinas. Incluso , en los sesenta llego a pasar tres veces por semana. Su propio abuelo materno había trabajado en la boletería de la estación por mas de veinticinco años, hasta el día que el infarto lo encontró dandole el vuelto a Don Bonifacio.

Augusto ya tenia treinta y siete años y desde los quince que trabajaba en el local de reparación de radios que había heredado de su padre. Su padre se había mudado a Pipinas desde Juan Lacaze, en el Uruguay donde había aprendido el oficio de reparación de radios a transistor de un negro que todos llamaban Boteco. También su padre le había narrado incansablemente lo distinto que era Pipinas en aquel entonces. Los domingos en la plaza del pueblo. La vez que paso el presidente y se alojo en la posada del Cangrejo. El resto eran solo recuerdos , casi todos de la época del tren.

Augusto había ido a la capital solo dos veces : para la final del mundial y para ver morir a su padre en el Hospital de Clínicas. Desde entonces no había vuelto ya que debió hacerse cargo del local de reparación para poder darle sustento a su pobre madre.

Fue en esa soledad desesperada de pueblo que una tarde encontró su razón de ser, el motivo por el cual nunca se iría de Pipinas. Una tarde, unos tres meses después del entierro de su padre, se decidió a ordenar el tallercito que se encontraba detrás del local de atención al publico. Mientras iba deshaciendose de viejos repuestos dio con un cajón que se encontraba oculto de tras de dos tachos de pintura de veinte litros. Al abrirlo no sabría que allí dentro encontraría, tal vez, la razón de su existencia. Una Sanyo del Sr. Arroyo fechada agosto de 1967. Dos Spika sin nombre pero con fechas previas al 59 ( tal vez provenientes del Uruguay ). Una Arvin de los años cincuenta dejada por la esposa del almacenero en Abril de 1971. Así fue descubriendo una increíble colección de radios a transistor que su padre había ido guardando. Trabajos que los clientes por un motivo u otro nunca pasaron a recoger. Cada radio era una historia. Detrás de cada una de ellas había un secreto motivo para que estuvieran allí archivadas en ese cajón de la central de reparación de radios a transistor de Pipinas.

La primera lagrima corrió por la mejilla de Augusto. Se acordo de su padre y por primera vez en veinticuatro años volvió a correr esa salada humedad por su rostro. No lloraba desde el día que partio el ultimo tren a Capital desde Pipinas. Pero este no era un llanto igual. No era un llanto con dolor, ni un llanto por haber perdido a su padre tan temprano. Era otra sensación inexplicable, como si en ese cajón olvidado tras las latas de pintura hubiera hallado no solo una cantidad de radios a transistor, sino mas bien la razón de su existencia.

Tantas veces se había preguntado que estaba haciendo aun en Pipinas. Todos sus primos se había ido. Todos sus amigos de la infancia estaban viviendo en la Capital o en el exterior. Sentía que el solo quedaba en Pipinas, como si fuera el ultimo espécimen de una especie en extinción. No tenia esposa ni hijos. Su única novia se había ido a estudiar a Cordoba y no había regresado mas nunca. En su ultima carta le había puesto que ella no tenia ya nada en común con ese pueblo. Augusto en cambio, sentía que tenia su destino atado a Pipinas. Aun después de que cerraron la estación, luego de la muerta de su padre, aun con la partida de sus primos y amigos, ante el abandono encontraba siempre motivos para quedarse. No sabia bien por que pero el se quedaba en Pipinas. Muchas veces cuando algún primo volvía de visita se encontraba repitiendo las usuales frases :  » Y .. quien va a ocuparse de mama «, o » El negocio solo no se atiende». Sus primos siempre lo miraban con una mezcla de pena y admiración. Ellos también extrañaban algo de la vida en Pipinas. Había algo que en la Capital nunca hallarían.

Eso mismo fue lo que Augusto encontró en ese cajón perdido. Algo que en la Capital nunca hallaría. Una razón. Tal vez, la única razón.

Mientras desempolvaba una vieja Zenith Trans-Oceanic 7000 perteneciente al Doctor Dile, la idea lo golpeo como un martillazo en la sien. Esas radios habían sido dejadas allí por un motivo. Eran un documento que estaba aguardando ser descubierto y el lo había logrado desenterrar y ahora lo entregaría al mundo. Este hallazgo debía ser compartido con el resto de la humanidad. En breve Augusto abriría el primer «Museo de la Radio». Imaginaba la gente llegando desde la capital en ómnibus, en auto, en moto. Los medios lo entrevistarían, le preguntarían por el origen de los aparatos, sobre su historia y sobres sus dueños. Es que este no seria tan solo un museo sobre la tecnología ( ya muerta ) de la radio a transistor. Seria un museo de la historia de esos aparatos y sus dueños, un museo de los motivos que llevaron al arribo de las radios a ese cajón, un museo único e inexistente.

Su madre lo apoyo en el emprendimiento. Decidieron transformar el living en la sala de exposiciones. El zaguán seria la entrada y el baño que se encontraba al lado de la cocina seria el que utilizarían los visitantes del museo. No fue difícil construir las vitrinas. Hubo que mudar los muebles al taller y cambiar los cuadros de lugar. Ademas en el frente de la casa pintaron: ¨Museo de la Radio¨. Los vecinos extrañados comenzaron a preguntar por la fecha de apertura. Augusto determino que seria adecuado inagurarlo el 18 de Junio, fecha de nacimiento de su padre. Quedaban tres semanas.

Se enviaron invitaciones al diario local, al intendente y por vía verbal a todos los vecinos de Pipinas. Llego el día 18  y todo estaba listo. Abrieron a  las 10 y sin ningún acto emotivo los vecinos comenzaron a admirar la exposición. Veintisiete aparatos de radio a transistor de catorce marcas diferentes. Las fechas de fabricación iban desde 1948 hasta 1975. Una colección única e improbable, tal vez tan improbable como el oficio de Augusto y la localidad de Pipinas.

Paso el intendente a eso de la una de la tarde, mientras iba camino a su religiosa siesta. La prensa local mando a su único reportero, quien entrevisto a Augusto por mas de veinte minutos. Augusto y su madre se sentían realizados. Los últimos en llegar fueron los primos que llegaron en un micro de la Capital a las 6 de la tarde. El museo se cerro a las ocho y antes de cenar Augusto decidió ir a dar una vuelta.

Sus pasos lo llevaron hasta la estación donde había trabajado su abuelo. Se sentó al borde del anden y miro esa vía interminable por la cual tantos habían llegado a Pipinas. Esa misma vía, que años antes, había traído su padre desde Juan Lacaze. Esa infinidad de puntos improbables que se hallaban desconectados unos de otros desde el cierre del ferrocarril. Cerro sus ojos e imagino esa estación en los años cincuenta, en la era en que las radios a transistor eran el articulo mas codiciado por los hogares modernos. En ese sueño consciente vio llegar el tren de la Capital, vio como no echaba tanto humo como el imaginaba. Vio bajar a su padre del segundo vagón, tan joven como en las fotos en blanco y negro que conservaba su madre. También lo vio caminando directamente hacia el con una sonrisa. Sintió su inconfundible presencia cuando se detuvo frente a el. Entonces percibió el abrazo de su padre que venia a agradecerle por la apertura de un museo que el mismo había soñado  tantos años antes.

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Isquemia

Las cosas no podrán ir peor, los niveles de oxigeno estaban disminuyendo, el cansancio se sentía en cada parte de mi organismo y la energía escaseaba. La obstrucción del viaducto era inminente. Nos esforzábamos al máximo después del llamado de la central aumentamos nuestro trabajo y colaborando en conjunto con los mandos periféricos resistiendo por pocas horas la falla. Me sentía con mucho dolor, presentando una leve palidez, acompañada de sudoración y escalofrió.  No era el único en ese estado, mis compañeros presentaban la misma sintomatología.  Después de unos minutos otra central hizo el llamado de actuar con prudencia para reservar la mayor energía posible. El centro de inteligencia nos confirmaba que el ataque se produjo en otra zona, primera vez que sucedía algo parecido. “Parece que un gran objeto a viajado hasta nuestras instalaciones, estaremos en máxima alerta. Por favor mantener la calma” se escuchaba por los altoparlantes.  “me imagino el tamaño de la cosa esa para que estemos en tremenda  situación, socio” me dijo Ronald en un momento de desesperación.  Pese a todos los esfuerzos hechos por la Central;  mandaron  un grupo de individuos especializado en  defensas;  batallaron hasta el último momento pero el daño causado por el objeto era irreparable, haciendo estragos nunca vistos, destruyendo a las primeras defensas con una facilidad que alarmo a todo el sistema de seguridad.  Estaba Inquieto no deja de pensar en los compañeros en el frente dando la pelea, y  la cadena de reacciones que se avecinaban. Desde muy jóvenes  nos educaron para situaciones extremas como esa, pero en este momento, ha pasado de un simple ejemplo en la pizarra, a tener que  vivirla en carne propia. Saber que hace pocas horas reinaba la harmonía, y ahora nos encontramos en severo caos fisiológico.

Siempre pensé que algo así sucedería, ha vemos seres que tomamos nuestros trabajos con responsabilidad, haciendo sacrificios en determinado punto de nuestras vidas para obtener un buen resultado. Pero hay otros que no trabajan con pasión, haciendo las cosas por obligación y no por vocación; es ahí cuando viene el problema. Somos todos parte de un gran engranaje donde si uno de nosotros falla todo un sistema puede colapsar. Para eso no hay remedio, se nace con una buena genética o termina uno siendo una masa maligna,  como alguien algún día dijo “la fatalidad es el nombre que se le da a todas las personas, a todas las faltas, a todas los errores humanos, cuando llega la hora del castigo”* Vaya mierda terminar siendo un tumor.       -Dale Andrés no tenemos todo el día para tus problemas existenciales, y procura por hacer bien tu trabajo.- Le dijo una de sus voces internas, la cual se encargaba de su conciencia. La verdad soy consciente de no haber tenido una buena relación con mis compañeros, pero quien va tener una buena relación si solo compartimos el trabajo, no compartimos sueños, no compartimos ideales, ni compartimos deseos. Además fuera de todo me mandaron a tener una conversación con la psicóloga por motivos de aislamiento emocional y social con mí medio laboral. Después de varias secciones y catarsis llegamos a la conclusión que mi caso era un trastornó de la personalidad debido al estrés del trabajo y continua soledad. Mi tratamiento fue terapia en grupo y frecuentar más a menudo reuniones sociales. De todas las cosas que discutí con ella,  no dejo de pensar y aseguro que allá afuera hay una fuerza más grande que todos nosotros, la cual controla todo el sistema, teniendo el poder de modificar el destino de nuestras vidas, el cual  muchos lo explican con creencia divina, pero yo lo entiendo como evolución.

Estando en una situación de tal gravedad es cuando uno se cuestiona a dónde van los sueño que lo hicieron a uno trabajar como un animal, para tener un supuesto descanso o un poco de placer. Los sueños no es más que puras pajas mentales que le venden a uno para hacerse una realidad un poco más complaciente. “Bueno señores estamos en un buen ritmo, por favor no saturar sus membranas. No queremos estropear el trabajo en equipo que estamos haciendo” dijo el altoparlante. Siempre es mejor echarle la culpa a alguien antes de asumir su responsabilidad. Estamos haciendo un buen trabajo porque desde que tengo uso de razón no hemos hecho más que trabajar en equipo, sabemos muy bien que al fallar una, fallamos todas. Además sabemos cuántas comunidades dependen de nosotros por eso no paramos ni día, ni noche así el ritmo circadiano nos haga una mala jugada de vez en cuando. “Que vamos hacer cuando se nos acabe el combustible, algo le tendremos que tirar al estomago”  dijo Ronald uno de mis pocos amigos, que no me mando a la psicóloga. “Primero nos consumiremos las grasas y luego terminaremos con los azucares” le respondió Luis. Sabemos desde las grandes enseñanzas de maestros que las grandes fuentes de energía son los ácidos grasos y los carbohidratos, con el concepto que entre mayor oxigenación mejor producción de energía,  cuentan los sabios que hace más de 1,500 millones de años, hubo una fusión entre una célula capaz de obtener energía de los nutrientes orgánicos empleando oxigeno como combustible y una célula primitiva rica en nutrientes; produciendo de esta manera abundantes cantidades de energía por este organismo  especializado. Por eso sino nos llega suficiente oxigeno vamos a gastar más recursos para producir la misma energía,  entrando así en el oscuro mundo de la respiración anaeróbica.

Nos encontrábamos invadidos de residuos de organismos por todas partes, con una peste a proteínas en degradación, y desperdicios tóxicos derramados por los viaductos. Había un caos por todo el sistema unos decían una cosa, otros decían otra, pero no había una información unificada. La información de los altoparlantes cada vez era más escasa.  Pero recuerdo la ultima como si fuera el día de ayer: “hay un daño del mas del 25% de la capacidad de funcionamiento, por lo cual hay que tomar medidas de compensación”.  Eso significaba que teníamos que doblarnos en esfuerzo para que todo el sistema mantuviera su funcionamiento en perfectas condiciones como si no hubiera pasado nada. “Que vaina, ahora nos toca que aumentarnos de tamaño para mantener la harmonía del sistema. Sin incentivos y tener que trabajar el doble, esto cada día, se ve como una dictadura.” Dijo Ronald individuo leído, obteniendo su conocimiento por difusión activa y no por osmosis. Perteneciente al partido obrero donde es uno de sus sindicalistas más reconocidos. Pero Ronald no se acuerda, que al momento de firmar el contrato no se fijó en leer las letras pequeñas donde decía muy claro, “En momento de crisis se tomaran todo tipo de medidas, por el bien común del sistema. Como por ejemplo: Autodestrucción”. No nos quedo de otra más que adaptarnos. Porque en esta vida el que no se adapta, se extingue; es la simple ley de la evolución. Se ha dicho que la capacidad de adaptación de un ser tiene que ver con su inteligencia, pero en este caso tiene que ver con supervivencia. El deseo de vivir y seguir funcionando. Porque después de la necrosis no sabemos si hay otra vida. Bueno algunos dicen ser la reencarnación de alguna neurona como el caso de Ronald, que no sabe como terminó pagando el karma acá conmigo. Pero bueno como dice un refrán: “No hay mal que dure cien años, ni célula que lo resista”

Pelao

*Alejandro Dumas

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Virginia

El sueño me tiene paralizado. Los párpados me pesan, no puedo mantener los brazos en el volante. Las piernas las tengo dormidas y los pies hinchados tras 16 horas sin parar de conducir. Son las cinco y ocho de la mañana, domingo. Los cristales de mi auto están fríos, empañados también por el calor que desprendo. La carretera es de dos vías, amplía, rodeada de un bosque denso de hojas marrones, rojas y amarillas. La lluvia es ligera. La niebla es suave. Es un trayecto solitario. En las últimas horas me he encontrado con escasos autos. Atrás quedó el letrero de Emporia a 8 millas. A lo lejos veo una mancha blanca que no puedo descifrar entre la niebla. Es brillante y a medida que me acerco va tomando forma de persona caminado a la orilla de la carretera. En pocos segundos la rebaso a toda velocidad. Es una mujer en su vestido de boda. Freno lo más bruscamente posible sin perder el control de mi coche. Me detengo por unos segundos, la puedo ver como camina hacia mí iluminada por una intensa luz roja. Está empapada, descalza y llorando. Al llegar a la altura de mi auto siento miedo pero bajo la ventana del pasajero.

– Hola ¿estás bien?- le digo.
– ¿Puedo?- contesta señalando el interior de mi coche.
– ¿Estás bien? ¿Qué haces sola a estas horas caminando en la carretera? ¿Dónde te llevo?- balbuceo con la boca seca, a penas sin poder tragar.
– Estoy esperando. Más adelante hay un pueblo.- responde serena.

Siento el golpe duro de mi corazón dentro de mi cuerpo. Nervioso y a la vez asustado prendo la luz para verle bien la cara. Puedo ver sangre del lado derecho de su frente, tiene una herida relativamente grande.

– Deja ver, tienes sangre.- le ofrezco un pañuelo. Lo toma sin mucho entusiasmo. Se lo lleva a la frente cubriéndose la cara, mientras, con la otra mano lo aprieta sobre su nariz inhalando con los ojos cerrados, absorbiendo el olor.
– Gracias.- susurra entre el pañuelo y sus manos.

Ya no tengo sueño. La adrenalina surca mi cuerpo hasta encontrar el poro más remoto. Mi mente vuela en busca de una historia que tenga sentido. ¿Qué hace una mujer sola, descalza, en su vestido de boda caminando en esta carretera desierta? Entre tantas dudas, el miedo no me da lugar a preguntar de dónde viene o a dónde. A lo lejos veo unas luces rojas y azules, es la policía. Un aliento de optimismo invade mi cuerpo, ahora podré conseguir la ayuda necesaria para mi inquilina.

– Parece que ha habido un accidente. La policía nos podrá ayudar.- le digo con vigor.

El movimiento de las luces ilumina el sordo paisaje cegándome sin remedio. Bajo la ventana. Cuando a penas estamos a escasos metros del tumulto siento un beso húmedo en la mejilla. Perplejo, la miro de reojo sin saber el motivo de su afecto. Con un movimiento suave, dejando un rastro de aliento caliente en mi rostro, sus labios recorren mi áspera cara hasta llegar a mi oreja.

– En ese accidente he muerto. En ese árbol.- susurra con una voz dulce y sencilla en mi oído.

Despierto del trance causado por sus tiernos labios para encontrar solo mi pañuelo ensangrentado en el asiento. Grito del susto golpeando el volante bruscamente. Ha desparecido. Por suerte no he perdido el control del auto justo cuando paso por delante del coche que se ha estampado contra un árbol. La policía no me ha visto. Trato de tapar mi boca para poder calmar mi fuerte respiración. Mi mente no asimila lo que acaba de suceder. Seguro estaría dormido y las luces de la policía me despertaron alterado. Ha sido un mal sueño. Ya más calmado decido que me detendré en la siguiente área de descanso para comprar café.

Continúo mi trayecto ahora un poco más tranquilo. Que mal sueño, me digo. Más adelante veo el letrero de Emporia a 8 millas. Que extraño pienso, juraría que ya había pasado por este lugar. Estaría dormido claro, me tranquilizo a mi mismo. A lo lejos veo una mancha blanca, la misma que en mi sueño. No puede ser, digo en voz alta. Bajo la velocidad, perplejo y sin aliento paro al lado una mujer descalza, en un vestido de boda, empapada. Bajo la ventana y le grito:

– ¿Estás bien? ¿Me conoces?
– Te esperaba,- susurra abriendo la puerta del auto.
– ¿Me conoces? No entiendo nada. Soñé contigo ahora mismo.
– Tengo frío,- dice recostando hacia atrás el respaldo del asiento.

Estiro mi mano para alcanzar mi chaqueta del asiento de atrás. Se cubre con ella realizando el mismo ritual que hizo en mi sueño con el pañuelo.

– Siempre me gustó este olor,- dice mientras se cubre por completa con mi chaqueta.
– Me estás asustando. ¿Nos conocemos? ¿Cómo te llamas?
– Virginia, pero todos me llaman Caro.- Responde.
– Caro, ¿de dónde vienes? ¿dónde quieres que te lleve?

Como me temía, a lo lejos veo un auto de policía. No puedo creer que haya soñado esto hace unos minutos, ¿estaré soñando de nuevo?

– Caro, ¿qué está pasando? ¿Estoy soñando? No me digas lo que temo. En mi sueño me decías que…
– Sí. Tú querías ver el amanecer pero no llegué a tiempo.

Mi pesadilla se convirtió en realidad. La chaqueta quedó suspendida por unos segundos para caer con suavidad en el asiento. Caro ha desaparecido, esta vez sí estoy despierto. En el suelo está mi pañuelo ensangrentado, en el asiento mi chaqueta mojada. Esto no ha sido un sueño. Lo mejor será que pare y hable con la policía. Bajo la ventana de mi auto. Paro del otro lado del accidente. En el suelo, descalza y mojada hay una mujer con un vestido de boda, parece estar muerta. Es Caro. Su piel dorada la delata. Sí, es ella. Reconozco la herida en su frente, sus labios tiernos, sus facciones suaves. Su pelo negro rizado descansa en el asfalto, sus sensuales ojos marrones están cerrados. Camino despacio hacia la policía, sin hacer mucho ruido. Entre las luces veo dos personas al lado de una camilla donde descansa otra persona, parece un hombre y están a punto de entrar en la ambulancia. Me dirijo hacia ellas, necesito saber que ha sucedido. Una de las personas levanta la máscara de oxígeno del sujeto de la camilla y yo caigo sobre mis rodillas. El corazón se me encoje del susto, las manos se me congelan, no tengo fuerza en las piernas. En la camilla estoy yo, con los ojos cerrados, la cara arañada, cubierto con mi chaqueta, la misma que Caro utilizó hace unos minutos en mi coche. Consigo incorporarme y corro hacia mi auto. No entiendo qué está pasando. No estaba dormido, ¿estaba muerto? No puede ser, no puede ser, como voy a estar muerto si estoy vivo, estoy aquí, manejando, este es mi coche, mi chaqueta, son las…miro el reloj entre mi angustia para ver que marca de nuevo las cinco y ocho de la mañana. Comienzo a llorar de la desesperación. Veo de nuevo el letrero de Emporia a 8 millas. Acelero ansioso de encontrar a Caro caminando descalza por la orilla de la carretera. Freno bruscamente deteniéndome justo a su lado.

– Sube.- le digo apurado.

Los dos estamos empapados. El agua recorre mi cara. Caro recoge la chaqueta del asiento y se acurruca en ella.

– ¿Qué está pasando Caro? ¿Nos conocemos? ¿Estoy muerto?
–  Tú querías ver el amanecer, por eso seguiste manejando. No quisiste parar a dormir,- dice Caro con sus ojos clavados en mi rostro.
– ¿Y el vestido? – le pregunto intrigado.
– Ayer nos casamos. Este es el comienzo de nuestra luna de miel.
– ¿Estoy muerto? – pregunto sin mirarla.
– Tienes que abrir los ojos. – me dice.

El pulso estaba sereno, la presión estable. La habitación era de colores claros, tranquila. Miré a mi alrededor sin encontrar señales conocidas. Mi chaqueta descansaba sin manchas en el perchero, sin rastro de sangre o agua.

– Ha estado tres días en coma, tuvo un accidente de auto. Ahora descanse.- Dijo la enfermera de turno.

No quise cerrar los ojos de nuevo para no regresar a esa pesadilla interminable. No recordaba el accidente, ni como había llegado hasta este hospital desolado. Tampoco creía conocer a ninguna mujer llamada Virginia o Caro. Pude salir sin hacer muchos trámites y a las pocas horas después de despertar estaba montado en mi auto todavía sin reparar, de camino a casa. Al conectar el GPS vi que estaba en Emporia, el pueblo que aparecía en mi sueño. Reprogramé el aparato para encontrar la ruta a casa, el cálculo resultó en 16 horas de trayecto. Incrédulo y confundido emprendí el camino siguiendo las instrucciones. Unos minutos después de haber salido del pueblo vi a lo lejos una figura caminar al lado de la carretera. Mi corazón se aceleró. Me froté los ojos. No lo podía creer. Detuve el auto a su lado.

– ¿Caro?- le dije asustado.
– Te estuve esperando- me dijo. Pasé horas caminando esta carretera desierta, sola, descalza, empapada. Ahora maneja que esta vez sí podremos ver el amanecer juntos.
– ¿Estamos muertos? – le pregunté.
– O vivos para siempre,- susurró.

Joaquín Duro

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El Olvido

Después de una larga noche de pesadillas Antonio despertó con el sonido de la brisa pegando contra las ventanas. Miraba a su alrededor pero desconoció por completo en donde estaba. Escuchaba voces de personas al otro lado de la pared sin reconocerlas. Se sentía las sábanas húmedas y un olor fuerte a materia fecal. Recordaba cuando visitaba a sus pacientes en horas de la revista en el hospital del cual era director del departamento de medicina interna. Se ponía de mal genio cuando encontraba a sus pacientes en estados deplorables de mala higiene. Porque por sus conocimientos sabía que la higiene era el principio de una buena salud, por algo los Incas habían perdido muchos guerreros antes de la colonización. Intentaba levantarse de la cama pero su rigidez muscular le dificulta la movilidad. Se desplazó con torpeza hacia el baño. Sus extremidades no le respondían, como cuando era joven y jugaba al fútbol con sus amigos en el barrio. Santiago, su hermano mayor, tenía el balón y Antonio en voz alta terminó diciendo «pásela estoy acá solo para pegarle». Llegó al baño, orinó quedando con la sensación de tener más líquido para vaciar; con la nostalgia de producir el chorro ideal de años atrás. Miró hacia el frente, su corazón comenzó a latir más rápido, su piel comenzó a humedecerse y su ansiedad aumento. Miró la barba, el cabello y por último los ojos. Pero no pudo reconocer su rostro en el espejo.

Antonio, era amante de la literatura, siendo un escritor frustrado el cual hacia de sus historias clínicas una novela. En muchas ocasiones por ser un médico con tan buena descripción, sin dejar ningún detalle a la deriva encontraba en sus buenas anamnesis las respuestas a los problemas de sus pacientes. Los grandes maestros de la semiología según su criterio eran los franceses, comenzando por Suros. Los padres de la metodología eran los primeros médicos del medio oriente, con Avicena. Pero su ídolo era Claudio Galeno, el médico del emperador Marco Aurelio en la Roma del siglo II. Porque uno de sus maestros algún día le dijo: «El médico que sólo sabe medicina no sabe nada». Con todo su conocimiento y destreza fue escalando en el duro mundo del quien conoce a quien, de la burocracia de la medicina, como le decía un profesor y amigo en sus primeros años de profesión «lo malo de las influencias, es no estar en ellas». Fue nombrado varias veces como el médico del año, por su entrega a los pacientes y su calidad humana. Reconocido por muchas instituciones y el gremio médico como uno de los grandes clínicos de su actualidad. Cabeza de familia, con un hogar lleno de amor y respeto. Su esposa María arquitecta de profesión y pintora por pasión, la conoció en España donde se estaba hospedando en el mismo hotel del congreso, donde se enamoró de su cultura y su sencillez. Padre de dos hijos, uno medico y otro compositor. Mejor vida no podía tener una persona que se quema sus pestañas para ser uno más de la masa.

Disfrutando de una cena con sus buenos amigos, conversando sobre los últimos avances de la tecnología en el diagnóstico de enfermedades malignas en estadios prematuros. En el momento que estaban sirviendo los postres, Antonio le preguntó al camarero ¿cuándo le iba a servir el plato fuerte? este con mirada sorprendida le respondió: «usted ya se comió el plato fuerte por eso le estoy sirviendo el postre» sus amigos no se sorprendieron, porque Antonio tenía muy buen sentido del humor. Las conversaciones que presentaba con los pacientes se iban haciendo más difíciles, preguntándoles en varias ocasiones las mismas preguntas, sintiéndose estos a veces no ser escuchados por su médico. Empezó a llegar y a salir del hospital en horas no usuales de su horario, llegaba a medio día, confundía el domingo por el lunes. Una vez en su casa pensó que estaba en su consultorio. Se perdía en camino para ir a dar la clase en la Universidad donde daba la cátedra de fisiología desde hacía 20 años. Presentaba disminución para la concentración tomándose más tiempo de lo habitual para resolver un caso clínico y se sentía con fatiga a todo momento. Su sentido del humor fue cambiando presentado depresión con apatía, perdida de iniciativa y falta de interés. Su lectura comenzó a disminuir debido a su pérdida de la memoria, releía el mismo capítulo noche tras noche sin tener un avance en la misma novela por semanas.

El diagnóstico lo realizaron los neurólogos del mismo hospital donde trabajaba Antonio, perdida de las neuronas y su conexión en la corteza cerebral. Comenzaron a fallar progresivamente todos los aspectos de la memoria, dificultad para el lenguaje; le costaba trabajo para hablar, hacerse entender y expresarse de una forma adecuada. Dificultades para llevar a cabo funciones aprendidas; Antonio comenzó a olvidar como vestirse, poniéndose varios medias en el mismo pie, las camisas al revés y perdió el conocimiento de utilizar los cubiertos para comer. Por último perdió la capacidad para poder reconocer a su familia, comenzó a tener perdida de su higiene personal. La pulcritud que todos admiraban no se veía en Antonio; se notaba sucio y descuidado, no se bañaba, porque no le gustaba y se enojaba con María cuando se lo recriminaba. Su esposa movió su estudio a una de las habitaciones de la casa para poder estar más tiempo con él. Una noche le pregunto a María «¿A qué horas va a llegar Carlos a la casa?» ella le preguntó cual Carlos y él le respondió «él que viene todas las noches a visitarme» ella le dijo «acá no viene nadie en meses.» Otro día le preguntó a su esposa por sus padres, los cuales habían muerto por más de 15 años. Se volvió obsesivo por guardar todos sus libros de medicina y literatura en su armario personal y poner toda su ropa en la biblioteca. Lo más fuerte para María fue el día cuando al mirar los ojos de Antonio no eran los mismos de la persona la cual se había enamorado hace más de 40 años.

Me encontraba atrapado en un asilo, vigilado por una mujer la cual no me daba nada de comer, no me dejaba tener mis libros en mi cuarto, estaba completamente aislado de mi familia, no podía disfrutar de las zonas recreacionales si no era con la supervisión de ella. Sabia de la llegada de un hombre que se la pasaba limpiando las zonas recreacionales del asilo, y esa era la forma como escapar de mi encierro. Cuando llegó el día de mi fuga, me senté en un sillón cerca de la puerta principal haciéndome el dormido, entonces vi la oportunidad de escaparme cuando la vigilante entró con el hombre y se fueron al área de alimentación del asilo, dejando la puerta sin el seguro que siempre tenía. Me pare sigilosamente hacia el portón y me dirigí a hacia la libertad. Caminé por varios minutos hasta llegar a una a una calle principal donde me encontré con una patrulla, yo les expliqué la situación del asilo pero estos no me hicieron caso y me regresaron a este, donde la mujer haciéndose pasar que le importaba, lloraba desconsoladamente, abrazándome y dándome besos. La hipocresía de esta mujer fue tal que les dijo a los oficiales que era mi mujer y yo estaba enfermo, me imagino que sus superiores la hubieran echado, sino me encuentra.

Después de varios años Antonio presentaba un amplio y marcado deterioro de cada una de las facultades intelectuales. Presentaba rigidez muscular así como resistencia al cambio postural. En una ocasión presentó una crisis epiléptica, María pensó no volver a ver a su marido con vida después de ese ataque, pero pasados unos minutos, Antonio se encontraba una vez más peleando por su vida en la cárcel de su cuerpo la cual le dio muchas satisfacciones pero también muchas decepciones. Antonio, no podía hacer un resumen de su vida, la niebla que borra la luz de los contornos, de igual manera borra la memoria de los pacientes con Alzheimer. La personalidad que siempre acompañó a Antonio, desapareció por completo. Se volvió una persona completamente apática, perdió la capacidad autónoma de lavarse, vestirse, andar o comer y presentaba una cierta pérdida para el dolor. Presentó incontinencia urinaria y fecal. Antonio terminó encamado, con alimentación asistida. Su muerte fue producida por una infección en las vías respiratorias. María jamás se olvidó de Antonio como él lo hizo de ella, porque ella tenía la voluntad de no olvidar.

Pelao

 

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